17 sep 2014 , 11:59

Monos se convierten en indeseables mascotas en Costa de Marfil por temor al ébola

El zoo de Abiyán está al límite de su capacidad porque muchas personas abandonaron sus monos.

Las jaulas están llenas de animales, pero el acceso está prohibido: desde hace semanas, la zona de cuarentena del zoo de Abiyán está al límite de su capacidad porque muchas personas abandonaron sus monos por temor al ébola, ausente no obstante en Costa de Marfil.

 

En un país en el que es frecuente tener ejemplares salvajes como animales de compañía, las autoridades advirtieron del riesgo de que estos transmitan el virus.

 

En una de las jaulas, los primates Julie, Charlotte, Loulou y dos machos sin nombre gesticulan en medio de un alegre bullicio. Ninguno tiene ébola, pero están aislados para evitar contagios entre animales.

 

El más joven de ellos, un pequeño mono rojo, llegó a principios de septiembre y es un ejemplo de la psicosis provocada por el ébola en Costa de Marfil, después de que el virus causara casi 1.800 muertes en las vecinas Liberia y Guinea.

 

El veterinario del zoo, Daouda Soro, recuerda cómo acudió a toda prisa al hospital militar de Abiyán, donde "un animal estaba sembrando el pánico", y lo que se encontró fue "un pequeño (mono) que tenía sueño y temblaba de hambre". 

 

"Era el (temor) al ébola lo que causaba el pánico", considera.

 

A la babuina pelirroja Charlotte la abandonó su dueño en la calle. Cuando el doctor Soro fue a buscarla, se encontró al ejemplar acorralado por habitantes provistos de "piedras y bastones" que "querían matarla", cuenta.

 

Los recién llegados "no son agresivos", explica Yapi, el único empleado que puede encargarse de los animales en cuarentena. Cuando entra o sale de las jaulas, el cuidador desinfecta sistemáticamente sus botas, pues aunque no tengan ébola, los nuevos habitantes del zoo podrían tener otras enfermedades y contagiar a los ocupantes llegados antes, o al revés.

 

Dueños hostigados

"En cuanto podamos, los llevaremos" a la zona abierta al público del zoo, afirma Richard Champion, adjunto al director.

 

En el caso de Julie, un chimpancé de dos años, su propietario la llevó al centro porque sus vecinos, asustados por el virus, le hostigaban constantemente con este tema.

 

Ante la falta de espacio, "ya hemos tenido que rechazar a una decena de animales", cuenta el doctor Soro.

 

El centro podría rebasar su límite si llegan a diagnosticarse casos de ébola en Costa de Marfil. "Eso creará pánico, así que la gente abandonará a sus animales", estima Samouka Kané, director del zoo.

 

La mayor parte de los habitantes del zoo, leopardos incluidos, han sido donados por particulares incapaces de gestionar a sus animales cuando son muy grandes, apunta Champion.

 

Los visitantes se benefician de la llegada de estos animales salvajes que ya no pueden ser de compañía, a pesar, no obstante, de que el temor al virus ha reducido el número de visitas.

 

Kané recuerda a una señora aterrada que entró al zoo "de puntillas" y le reconoció que "miraba por todas partes" por si veía el virus. "Le dije que el ébola no se esconde entre los arbustos", recuerda Kané entre risas, "ni en los ojos de un animal".

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