04 oct 2013 , 10:36

Guayaquil, ciudad grande que también da espacio a la música y la diversión

Recorra a través de este especial la cara noctura de la Perla del Pacífico.

Cuando se hace de noche en Guayaquil, esta empieza a cambiar de ritmos. Es una ciudad que se acelera. Los cuentos narran que no se sabe bien cómo fue, en qué lugar se enamoró de ella, pero a este puerto la salsa se le metió por las calles, es decir por los pies, a su gente hasta tomársela toda.

 

Escondite de viejos rumberos, en el centro de la ciudad se encuentra el Cabo Rojeño desde hace 30 años, bailadero que ha sobrevivido a las modas, donde clásicas cadencias encienden la jarana y su campana. Años lleva Jorge Pinargote viendo a las generaciones apropiarse de este compás al que hicieron suyo desde hace rato hasta convertir a Guayaquil en el último puerto del caribe, a decir de los salseros veteranos.

 

Y transitando entre los corredores de los clubes más populares del país, encontramos a un esmeraldeño que llegó hace tiempo a esta ciudad de la que no quiere irse nunca. El “Abogado del maní”, con un charol va construyendo una leyenda. Dice que llegó a los 17 años y ya va a cumplir 56.

 

Pero distintos son los mascarones de esta proa y los tripulantes de esta nave lo mismo que se echan un pie, a ratos deciden sumergirse en los recuerdos, en esos otros tiempos que no necesariamente fueron mejores y que quizás por eso mismo no terminan de olvidarse. Kleber, en el rincón de los amigos, al sur de la ciudad, cuenta que familias enteras van a refrescarse los ayeres.

 

Llegamos al cerro, a donde nació esta Guayaquil que escucha, palpita y canta. En la taberna de Manuel Vélez resuenan los acetatos que guardan la voz del hijo pródigo, Julio Jaramillo, el que dijo que se iba a volver, pero era mentira porque en verdad nunca se ha ido. Y de repente se aparece como un fantasma, a dejar constancia de que sí existen y que cantan las nostalgias de su gente.

 

Y sí, Guayaquil suena a más, va sonando a todo. Cada vez está más grande y más plural. Pero por ahora raíz, nostalgia y baile. Constitución de la casa grande.

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