31 ago 2017 , 05:22

El río Guayas, testigo de la historia y del desarrollo de Guayaquil

No se puede hablar de la historia de Guayaquil sin mencionar al río Guayas.

No se puede hablar de la historia de Guayaquil sin mencionar al río Guayas. Esta ciudad porteña nació a orillas de sus aguas, en lo que hoy se conoce como el barrio Las Peñas y con los años se expandió hasta convertirse en la urbe más poblada de Ecuador con más de 2,5 millones de habitantes.

 

Desde su nacimiento, en la unión de los ríos Daule y Babahoyo, a la altura de La Puntilla, y hasta su desembocadura en el océano Pacífico, el Guayas ha sido testigo de los cambios y el desarrollo de la urbe huancavilca.

 

Sus orillas hablan de las distintas facetas del Guayaquil. Hacia el sur, se aprecia un paisaje dominado por el Guayaquil industrial, pues a sus orillas se levantan algunas empresas con sus respectivos muelles, entre ellas la que fueron las instalaciones de la planta envasadora de Shell Gas, que la madrugada del 10 de marzo de 1976 tuvo en vilo a la ciudad tras incendiarse sus instalaciones, con explosiones que afectaron a los barrios e industrias aledañas.

 

Además se asientan el mercado Caraguay y el Camal Municipal, principales puntos de abastecimiento de toda variedad de mariscos y carnes de la ciudad. Ambos lugares en medio del antiguo barrio Cuba, donde habitan generaciones de trabajadores dedicados al comercio de alimentos.

 

En esa dirección pero más alejado apenas se observa el populoso sector del Guasmo, otrora hacienda, que a finales de la década de 1970, con la complicidad de autoridades locales y nacionales, se convirtió en un gran asentamiento que careció hasta hace pocos años de servicios básicos.

 

Luego, la mirada se dirige hacia el norte, donde se aprecia una mezcla de la vieja y nueva ciudad. Tras unos minutos de contemplación y de disfrutar del aire puro, la caminata se inicia hacia el norte. El primer punto es la empresa pública Astilleros Navales Ecuatorianos (Astinave), donde desde hace décadas se construyen y se reparan embarcaciones para la Armada y otras instituciones.

 

Estas instalaciones se ubican junto a la Primera Base Naval de la Armada de Ecuador, donde funciona la comandancia de esta rama de las Fuerzas Armadas. Es la víspera de las fiestas de la ciudad y decenas de marinos ensayan en la Plaza del Marinero el desfile que rendirán en homenaje a la ciudad y por su día clásico en que se recuerda el memorable combate de Jambelí, en el que el modesto cañonero Calderón venció al poderoso destructor peruano Almirante Villar, en medio de la conflagración bélica de 1941.

 

 

En esa plaza cívica, rodeada de un florido jardín, palmeras y acacias, permanece el glorioso cañonero que es actualmente un museo donde se muestra la historia del navío y de la Armada.

 

El recorrido continúa hasta el tradicional barrio del Astillero, que toma su nombre por los viejos atracaderos artesanales que existieron desde la época colonial y que convirtieron a Guayaquil en el principal destino de Suramérica para la construcción de embarcaciones de madera.

 

Actualmente, los astilleros prácticamente han desaparecido. Apenas quedan dos negocios formales a la altura de las calles Bolivia y Venezuela, donde las familias Guerrero y Huayamabe, respectivamente, continúan con esa tradición guayaquileña.

 

Al caminar por la calle Cinco de Junio, que bordea al río, se observan los vestigios de la época de auge que tuvo este barrio. Hoy, la soledad y el silencio forman parte del paisaje dominado por desteñidos edificios de bodegas, de fábricas de hielo, de electrodomésticos y otras empresas de conservas de alimentos que cerraron sus puertas.

 

 

Más adelante, la calle Cinco de Junio se pierde al chocar con el cerramiento perimetral de la que fue una de las compañías más poderosas del país: la Empresa Eléctrica del Ecuador (Emelec), que por décadas mantuvo el negocio de la generación, distribución y comercialización de ese servicio en la ciudad.

 

Actualmente solo quedan enormes fierros de la planta termoeléctrica desde donde se despedían interminables columnas de humo negro. Alrededor de la empresa, cuyas puertas permanecen cerradas, ya no se ve el trajín de camiones y trabajadores eléctricos, que la caracterizó.

 

El barrio del Astillero, además, vio nacer a los equipos de fútbol más populares de la ciudad y del país, Barcelona (1925) y Emelec (1929) que juntos suman 27 campeonatos nacionales.

 

En el recuerdo de los guayaquileños quedan los memorables Clásicos del Astillero disputados en el viejo estadio George Capwell, de propiedad de Emelec, ubicado a pocas cuadras del barrio siguiendo hacia el oeste por las calles San Marín y General Gómez.

 

Actualmente, el escenario deportivo, que lleva el nombre en homenaje al fundador del club y de unos de los principales directivos de la entonces Empresa Eléctrica es sometido a un proceso de ampliación para 40.00 aficionados. Barcelona, en cambio, construyó su estadio a orillas del estero Salado por el sector de Bellavista.

 

La tranquilidad del Barrio del Astillero queda atrás y la ciudad va adquiriendo un matiz más moderno y agitado. Al final de la calle Cuenca nace el renovado malecón Simón Bolívar, uno de los espacios turísticos más emblemáticos de la ciudad.

 

En el extremo sur del malecón está ubicado uno de los mercados artesanales de la ciudad, donde las creaciones en lana, algodón, cuero, madera, cerámica y otros materiales de manos indígenas de la serranía se exhiben en un ambiente dominado por la brisa del río Guayas.

 

En el mismo sector está la plaza de la Integración Latinoamericana, donde sobresale el antiguo Mercado del Sur hoy convertido en el Palacio de Cristal, que conserva el diseño del desaparecido centro de abastos y donde ahora se llevan a cabo importantes eventos sociales, culturales y comerciales de la ciudad.

 

A pocos metros se erige la iglesia San José y el exclusivo Club de la Unión, fundado en 1869, que desde su creación ha sido la sede de los acontecimientos sociales de las familias pudientes guayaquileñas.

 

El recorrido llega a la avenida Olmedo y allí el movimiento se vuelve intenso, a veces caótico. Es el sector conocido como La Bahía, un espacio urbano donde las calles, callejones y peatonales se convirtieron en un centro comercial ocupado por cientos de pequeños quioscos, donde los visitantes pueden encontrar cualquier tipo de mercadería y a precios al alcance de los clientes.

 

Rumbo hacia el norte y al arribar a la calle Diez de Agosto ha quedado atrás el vibrante ambiente comercial y retomando el malecón Simón Bolívar se aprecian la belleza de los palacios del Municipio y pocos metros más adelante de la Gobernación, separados por la Plaza de la Administración, sitio donde se levanta imponente un monumento en honor al Mariscal Antonio José de Sucre, prócer de la libertad de América del yugo español.

 

Es la zona de la ciudad donde se levantan las enormes moles de concreto que albergan a importantes cadenas comerciales y financieras. Los frondosos árboles del malecón y el río ofrecen un respiro natural al paisaje de concreto. La torre morisca, construida en 1934, pone un toque clásico con su arquitectura tipo arábica.

 

 

La caminata prosigue y llega hasta la intersección de la avenida 9 de Octubre, la principal arteria de la ciudad, allí se levanta el Hemiciclo de la Rotonda, donde resalta el monumento en homenaje a los libertadores Simón Bolívar y San Martín, que simboliza el histórico encuentro en esta ciudad del 26 de julio de 1822.

 

Este emblemático monumento es el preferido por miles de turistas y nativos que hacen una ‘parada obligatoria’ para fotografiarse con un fondo en el que se aprecia el río Guayas y la isla Santay. Es como la ‘prueba’ de que se estuvo de paso por Guayaquil.

 

 

En el sector norte del malecón por las calles Luzarraga, Padre Aguirre, Montalvo aún se pueden observar edificios patrimoniales que fueron propiedad de los acaudalados exportadores de cacao, conocidos como los “gran cacao”, quienes en la planta baja de sus propiedades tenían las bodegas donde guardaban la fruta que preparaban para la exportación.

 

En tiempos pasados, el aroma mezcla de cacao y río perfumaban la zona, donde el movimiento era intenso por el trabajo de los cacaoteros y la llegada de las lanchas de la empresa de Ferrocarriles que traían desde el vecino cantón Durán a los viajeros desde la Sierra.

 

La caminata llega a su fin donde nació la ciudad hace 481 años. El barrio Las Peñas con su arquitectura tipo colonial, sus calles empedradas, sus jardines, la brisa del río y su ubicación al pie del cerro Santa Ana cautivan a los visitantes.

 

Este barrio, que fue sometido hace más de una década a un proceso integral de restauración, es uno de los íconos turísticos de la ciudad. Es el lugar preferido de turistas que llegan de todas partes del mundo. Una de sus primeras casas que ahora ya no existe dio acogida en 1953 por 43 días a un joven argentino estudiante de medicina, quien después se convertiría en el mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara.

 

También es la puerta de entrada a las famosas escalinatas del cerro que después de subir más de 400 escalones se llega al faro, desde donde se puede apreciar la urbe en toda su dimensión.  

 

 

 

 

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