09 oct 2014 , 02:34

Murakami o Dios en japonés

Leer a Haruki Murakami es un ritual, que terminas disfrutando desde la primera hasta la úl

Por: Allen Panchana Macay

 

Es imposible no amarlo. Lo admito. Digamos que ese romance empezó con la novela “Tokio Blues” o “Norwegian Wood”. Leer a Haruki Murakami es un ritual, que terminas disfrutando desde la primera hasta la última línea. Vivía en Madrid cuando compré aquel libro. Y el narrador no dejaba de hacer alusión a esa canción de los Beatles, Norwegian Wood, que le da un título paralelo a la obra. Admito que no la había escuchado. Luego, pasa algo raro: quieres seguir leyendo y, al mismo tiempo, escuchar ese tema. ¿Por qué? Las palabras de Murakami son como una suerte de música. De hecho, él antes de ser escritor se dedicaba al jazz, tanto que por casi una década tuvo un bar temático. Cuando escribe, él piensa más en sonidos que en significados.

 

No crean tampoco que serán felices leyéndolo. Debo advertir que siempre deja a sus lectores nostálgicos, reflexivos y en ocasiones tristes. Porque Haruki Murakami (Kioto, Japón, 1949) tiene temas recurrentes, como la soledad, los amores frustrados, los sueños imposibles y los gatos tristes. Sí, gatos. Gatos que hablan y son protagonistas, como en la gran novela “Kafka en la orilla”, que es mi favorita. Es lo mejor que, hasta ahora, he leído. En ella cambia formatos literarios, ritmos y cuenta dos historias paralelas que, extraña y mágicamente, se unen. Murakami es así, un mago, de personajes fantasmagóricos. Porque parece hasta magia cuando cuenta detalles de una cena, de cómo prepararla al más puro estilo japonés. Terminas con hambre y evidenciando que la traductora no ha podido poner en español los nombres de la mayoría de platos. La esencia de su cultura japonesa está en toda su obra, aunque dentro de su país tiene muchos detractores que le dicen que se ha hecho “de Occidente”.

 

La crítica más dura ha sido la de sus compatriotas. Y eso le duele a Murakami, un tipo tímido, retraído, como los seres que él crea. Conocí más de él en “De qué hablo cuando hablo de correr”, una especie de relato autobiográfico. Resulta que no solo es músico y escritor. Su otra pasión es correr. Murakami ha participado en las principales maratones del mundo, entre ellas la de Nueva York y la de Atenas. Él  hace una analogía: correr es como escribir. O escribir es como correr.

 

Su obra es extensa y creo que no he llegado ni a la mitad de sus libros. Sugiero también “Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo”. Una novela de casi mil páginas, donde nunca llegas a saber toda la verdad. En “Sputnik, mi amor” vuelve a las soledades: nadie termina siendo feliz.

 

Su nombre ha sonado como favorito para el Nobel de Literatura en los últimos cinco años.  Se acaba de conocer que este 2014 lo ha ganado el francés Patrick Modiano. Pero Haruki Murakami -poseedor ya de un montón de premios- no piensa en ello. Piensa en escuchar jazz, en seguir corriendo y hacer evolucionar a sus personajes, que, sin embargo, terminan atrapados en la soledad y en el amor.  Porque sus finales son así, abiertos. Tal vez por ello Murakami no tiene lectores. Tiene, sí, fanáticos, que lo seguimos siempre. Aquí cabe la frase de mi amigo periodista Abel Alvarado que la tiene escrita en Facebook: “Murakami es Dios en japonés”. Seguramente sí.

 

 

Este texto está clasificado como un ESPACIO de OPINIÓN. 

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