08 may 2016 , 11:52

Érase una vez una mamá que...

Dio la vida por esa persona que se convertiría en la expresión más perfecta del amor

Dejó el maquillaje por los pañales, los zapatos de moda por la leche de fórmula y las "Girls' night out" por largas noches de insomnio. 

 

Antes de ser mamá ella se despertaba sin alarma, se daba ricos baños de media hora, se ponía creativa y se esmeraba en preparar un rico y romántico desayuno para su  esposo.

 

Era una mujer que había estudiado una carrera próspera, había luchado por ser una ejecutiva destacada y por las noches hacía ejercicio para mantenerse fit y super en forma.

Los martes y jueves iba a hacer yoga y los sábados por la mañana se ponía una mascarilla en la cara y le dedicaba 3 horas al manicure y pedicure. 

 

Sus grupos en Facebook eran de moda y decoración, salud y sexualidad o tendencias y lo "hit" de la temporada.

 

Era una mujer que iba al cine con su esposo los miércoles en la noche y los domingos dormía hasta las 10 de la mañana en el día en que los dos se tomaban su jornada de relajación. 

 

Hasta que un buen día la prueba de embarazo, con sus dos rayitas paralelas, le informó que la vida le iba a cambiar por completo. 

 

Nunca pensó que iba a ser capaz de ser la creadora de un ser que habitara dentro de ella. Jamás creyó poder enamorarse otra vez, de alguien que no fuera su esposo y el amor de la vida, ella no pensaba que tener un hijo la iba a flechar como cupido del ser más importante de su existencia.

 

Jamás imaginó que su vida giraría en torno al reloj con periodos de 20 minutos: veinte para dar de lactar, veinte para sacar los gases, veinte para que intente dormirse y veinte para volver a estar despierta, porque comienza todo de nuevo.

 

Nunca pensó que podría permanecer más horas despierta que dormida poniendo su dedo sobre la naricita de su bebé 10 veces en una noche solo para asegurarse que respirara correctamente, ni que cambiaría la crema antiarrugas por una crema antipañalitis.

 

Ella no sabía que llegaría una personita que dependiera tanto de ella para sobrevivir.

 

Desde ese instante, se convirtió en la despertadora, la chef, la educadora, la chofer, la experta en matemáticas, la doctora, la consultora de adolescentes, en la policía de la casa,  y en la alcahueta, en la más paciente y en la alterada, en la guía profesional y en la consejera matrimonial.

 

Ella, desde ese momento, nunca más durmió tranquila, sus preocupaciones eran las de sus hijos, sus dolores eran los de sus hijos y sus sueños eran saber que sus hijos habían logrado ser mejores personas.

 

Érase una vez una mamá que dio la vida por esa persona que se convertiría en la expresión más perfecta del amor. Una mujer que conoció el verdadero sentido del dar, sin esperar nada a cambio, y que encontró en la maternidad el esfuerzo más grande y el regalo más gratificante que jamás hubiera pensado recibir.

 

Érase una vez... todas las mamás del mundo. 

 

¡Feliz día a todas esas mujeres que nos han dado la vida! 

 

Y felicitaciones a ti por tener la mejor mamá del mundo. 

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